Tratamiento del Cáncer de Hígado
La elección del tratamiento depende de varios factores, como el estadio del tumor (en el caso del carcinoma hepatocelular, de acuerdo con el sistema BCLC), la presencia de otras enfermedades y de aspectos técnicos específicos de cada tratamiento, por ejemplo, la localización de la lesión.
Una vez diagnosticado un cáncer de hígado, un comité multidisciplinar revisa cada caso con el objetivo de ofrecer la opción terapéutica más óptima para cada persona, teniendo en cuenta que el objetivo es aumentar la supervivencia en todos los casos.
El comité multidisciplinar está formado por todos los profesionales directamente implicados en el diagnóstico y tratamiento de este tumor: hepatólogos, radiólogos (incluyendo especialistas en radiología intervencionista), especialistas en medicina nuclear, cirujanos hepatobiliares, patólogos, oncólogos médicos y radioterapeutas, así como personal de enfermería y trabajo social involucrados en el proceso asistencial.
Es el tratamiento de elección en personas que tienen un tumor único. El objetivo es eliminar completamente el tumor y conocer las características del hígado. Este tratamiento tiene una intención curativa, es decir, busca lograr la curación completa de la enfermedad.
La cirugía hepática se realiza bajo anestesia general y existen principalmente dos formas de llevarla a cabo:
Cirugía por laparoscopia. Es una técnica quirúrgica mínimamente invasiva que se realiza sin necesidad de hacer grandes incisiones. Con ese abordaje se consigue disminuir el dolor postoperatorio y las complicaciones respiratorias, mejora los resultados estéticos y consigue una recuperación más rápida de las personas. Hay estudios que confirman que los resultados en términos de supervivencia son similares a las obtenidos con cirugía convencional, por lo que es la vía de abordaje preferible. Poder llevar a cabo este tipo de cirugía depende de la localización del tumor.
Cirugía por laparotomía. Este tipo de intervención obliga a realizar grandes incisiones en el abdomen, lo que suele implicar una recuperación más lenta de la intervención quirúrgica. En muchos casos, en particular en tumores localizados en segmentos posteriores o que obligan a resecciones amplias, es el único tratamiento posible.
Este tipo de intervención no se puede realizar en todos los personas ya que con frecuencia el tumor aparece en un hígado afectado de cirrosis hepática . En estos casos, no es posible realizar resecciones amplias debido al riesgo de que el hígado no funcione correctamente después de la cirugía. Si el paciente presenta una cirrosis sin afectación de la función hepática es necesario realizar una evaluación cuidadosa para valorar el riesgo de que el hígado se descompense o de complicaciones tras la cirugía.
Uno de los parámetros que se tiene que mirar en esta evaluación es la presencia de hipertensión portal (elevada presión de la vena porta, que suministra sangre con sustancias nutritivas procedentes del estómago y del intestino). Este parámetro está estrechamente relacionado con el grado de fibrosis hepática y de gravedad de la cirrosis, es fundamental para identificar los candidatos ideales para resección quirúrgica.
En casos bien seleccionados, la resección hepática es muy segura (mortalidad perioperatoria inferior al 1%) y ofrece una supervivencia a los cinco años superior al 70% en las personas afectados de carcinoma hepatocelular y del 40-50% en las personas con colangiocarcinoma. A pesar de una estricta selección de los candidatos y de los excelentes resultados obtenidos en términos de supervivencia, la tasa de reaparición tras una resección completa es muy alta y puede llegar al 50-70% a los cinco años.
Hasta el momento, no existe ningún tratamiento que haya demostrado ser eficaz para prevenir la reaparición del tumor. Por ello, es fundamental realizar un seguimiento estrecho de todas las personas operadas por cáncer hepático, con el objetivo de detectar de forma precoz la presencia de recurrencia tumoral y poder ofrecer tratamientos adicionales eficaces.
Las complicaciones postoperatorias habituales en este tipo de cirugía son infecciones (en particular de la herida quirúrgica y respiratoria), retención de líquido en el abdominal (ascitis) y empeoramiento de la función hepática, que es muy poco frecuente y, en la mayoría de los casos, transitoria.
A largo plazo, las personas pueden presentar dolor de baja intensidad e hipersensibilidad en el lugar de la incisión y, en algunos casos, pueden presentar una eventración (hernia) en el área de la incisión.
En el carcinoma hepatocelular, el trasplante de hígado es el tratamiento de elección en aquellas personas que tienen la función hepática alterada y que presentan una carga de tumor limitada (esta depende del número y el tamaño de los tumores). Está especialmente indicado cuando la función del hígado no funciona lo suficiente como para permitir otros tratamientos.
La posibilidad de realizar un trasplante hepático está limitada por el riesgo de recurrencia del tumor, es decir, de que el tumor vuelva a aparecer. Esto obliga a seleccionar a aquellas personas que realmente se van a beneficiar del trasplante. El riesgo de recurrencia depende principalmente de la extensión tumoral, siendo mayor el riesgo cuanto más grande es el tumor o hay más nódulos, lo que obliga a poner límites en lo que respecta al número y tamaño de lesiones, y, por lo tanto, no cualquier persona con un carcinoma hepatocelular se puede trasplantar.
El trasplante hepático tiene la ventaja de que, además de ser un tratamiento muy eficaz para eliminar completamente el tumor, cura la enfermedad hepática crónica subyacente. Como contrapartida, una vez realizado el trasplante, es necesario tomar medicación de por vida para evitar el rechazo del órgano trasplantado, la cual no está exenta de efectos secundarios a largo plazo que obliga a un seguimiento médico toda la vida.
El colangiocarcinoma supone una contraindicación para el trasplante hepático dado el alto riesgo de recurrencia postrasplante de esta enfermedad. Solo en casos muy seleccionados (-) es posible ofrecer trasplante ya que los resultados ofrecidos son similares a los del carcinoma hepatocelular.
Es el tratamiento de elección para personas afectadas por un carcinoma hepatocelular en estadio inicial en los que la resección quirúrgica no es posible o el trasplante hepático está contraindicado (-).
La ablación del tumor puede realizarse a través de la instilación (introducción) directamente en el tumor de sustancias químicas, principalmente etanol, o mediante modificación de la temperatura intratumoral, como en el caso de la radiofrecuencia o microondas. Otra forma de realizar ablación es por medio de la radioterapia.
En el momento actual, la ablación mediante radiofrecuencia (RFA; radiofrequency ablation) constituye la técnica de referencia. Este tratamiento se realiza guiado por ecografía y consiste en introducir una sonda delgada, parecida a una aguja, a través de la piel hasta el tumor. Entonces se pasa una corriente eléctrica de alta frecuencia a través del extremo de la sonda, lo que calienta el tumor y destruye las células cancerosas. Es un tratamiento muy seguro, que solo requiere un día de ingreso y que es altamente eficaz en tumores menores de tres centímetros, ofreciendo, incluso, resultados similares a la resección quirúrgica en personas con tumores únicos de dos centímetros.
Poder realizar esta estrategia terapéutica depende fundamentalmente de la localización del tumor y características del paciente. En algunas ocasiones, no es posible o resulta arriesgado acceder a la lesión, lo que obliga a considerar otras opciones de tratamiento. Al igual que ocurre con la resección quirúrgica, el principal inconveniente de la ablación percutánea es la alta probabilidad de recurrencia, es decir, que el tumor vuelva a aparecer, incluso cuando en un primer momento se haya logrado eliminarlo por completo.
En el colangiocarcinoma también es posible realizar ablación en un grupo de personas concretas, aquellas que tienen tumores pequeños localizados dentro del hígado y que no es factible la resección quirúrgica.
La quimioembolización, también conocida como TACE, es el tratamiento de elección para las personas con carcinoma hepatocelular en estadio intermedio, y que no tienen alteración de la función hepática.
Este procedimiento consiste en inyectar un agente quimioterápico directamente en el tumor o tumores, según cada caso. Además, se ocluye el flujo arterial que “alimenta” el tumor mediante una sustancia coagulante, lo que ayuda a limitar el crecimiento tumoral.
Este tratamiento requiere habitualmente ingreso hospitalario de dos días y aunque, en general, es bien tolerado, puede estar asociado a efectos secundarios, como dolor abdominal, fiebre,náuseas y vómitos los primeros días tras el procedimiento. Además, este procedimiento suele repetirse, espaciado en el tiempo, en varias ocasiones para conseguir su máxima eficacia.
Al igual que la resección quirúrgica y la ablación, el principal inconveniente de la TACE es que la mayoría de las personas experimentan progresión de su enfermedad, a pesar de tener una buena respuesta inicial. Por ello es fundamental, hacer seguimiento estrecho en todos los casos.
En el colangiocarcinoma no se ha demostrado su eficacia y, por tanto, no es un tratamiento recomendado.
La radioembolización, o también conocida como terapia de radiación interna selectiva (SIRT), es un tratamiento dirigido al tumor que consiste en liberar pequeñas esferas cargadas con partículas radioactivas (generalmente con itrio-90) directamente en el interior del tumor, a través de la arteria que lo alimenta.
Este tratamiento puede ser especialmente útil en personas con tumores únicos que no pueden operarse, siempre que no haya invasión de otros órganos. Además, es importante que el paciente tenga una buena función hepática y buen estado general. El tratamiento se hace en dos fases, incluyendo una primera para hacer una planificación individualizada y una segunda, en el que se lleva a cabo la administración del tratamiento.
En el carcinoma hepatocelular, la quimioterapia convencional no ha demostrado un beneficio significativo en la supervivencia y se ha asociado a efectos secundarios, por lo que su uso no está recomendado.
El mayor avance terapéutico se ha logrado con las combinaciones de inmunoterapia y terapias antiangiogénicas, como atezolizumab (que ayuda al sistema inmunitario a reconocer el cáncer) junto con bevacizumab (que bloquea la formación de nuevos vasos sanguíneos que alimentan el tumor). También las combinaciones de dos inmunoterapias, como tremelimumab con durvalumab o ipilimumab con nivolumab, que actúan activando distintas partes del sistema inmunitario para combatir el cáncer, son eficaces para las personas con cáncer de hígado en estadio avanzado.
Estas nuevas terapias han mejorado significativamente la esperanza de vida de las personas con carcinoma hepatocelular avanzado. Sin tratamiento, la mediana de supervivencia es de alrededor de 8 meses, mientras que con estos nuevos tratamientos se puede superar los 2 años.
Adicionalmente, estos tratamientos permiten que las personas puedan acceder a otras opciones de tratamiento si esta primera opción no funciona o no la toleran bien. Actualmente, no existe una segunda opción de tratamiento validada cuando la inmunoterapia no se puede continuar, por lo que las opciones alternativas las encontramos en los en ensayos clínicos.
En el colangiocarcinoma intrahepático, también se han logrado avances relevantes con la incorporación de la inmunoterapia. Una de estas incorporaciones es la combinación de durvalumab (un medicamento que ayuda al sistema inmunitario a atacar el cáncer) con quimioterapia (Gemcitabina con Cisplatino).
Por otro lado, también se han incorporado terapias dirigidas, que son tratamientos diseñados para actuar sobre alteraciones genéticas muy concretas del tumor. Algunos ejemplos son el pemigatinib (inhibidor de FGFR), el ivosidenib (inhibidor de IDH1) o el pembrolizumab (anticuerpo anti-PD-1). Estas opciones personalizadas permiten adaptar el tratamiento al perfil molecular de cada paciente.
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Publicado: 13 de mayo del 2020
Actualizado: 17 de julio del 2025
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